Título: Silencio Tamara Cabral Berrotarán
Es martes primero de mayo y
aprovechando el feriado nacional, decido ir a casa de mi madre a ayudarla,
porque fiel a sus costumbres, los días soleados son de limpieza general. Decido
encargarme, del que en algún momento fue mi cuarto, y en medio de la limpieza
profunda me encontré revisando el cajón de mi mesa de luz, que había
permanecido cerrado todo este tiempo, desde que me mude de casa.
Me sentí emocionada con cada
elemento que iba encontrando, algunos me traían recuerdos y otros no sabía
porque estaban allí, pero estaban, como la rosa seca que encontré dentro de mi
diario íntimo, la cual me trasladó automáticamente a esa noche de verano donde
la cortaste para mí, robándola del patio de un vecino del pueblo.
Me parece raro, porque hasta hacia
diez minutos esa escena estaba totalmente olvidada para mí, pero ahora si
cierro los ojos puedo recordar ese momento con exactitud, casi como si en lugar
de esta rosa, tuviese en mis manos una fotografía impresa de ese instante.
Llevabas un jeans azul oscuro y una remera blanca, que según decías era tu
favorita, porque te la había obsequiado el día de tu cumpleaños.
Y empiezo a reírme por dentro de lo
loco que es el destino, porque hace dos semanas, y después de haber pasado
trece años sin saber de vos, me escribiste un “hola, necesito preguntarte
algo”. No tuve la intención, ni el coraje de contestarte. Pero si lo hubiese
hecho, me hubiese gustado preguntarte sobre tu vida, si te recibiste, si
compraste el auto que tanto te gusta o si encontraste a tu verdadero amor.
Me
hubiese gustado contarte que por fin logré conseguir el trabajo de mis sueños,
que tengo una hija hermosa y un marido al que amo con locura.
También te diría que ya te perdoné,
y que sí, que te amé con todas mis fuerzas, aunque mi amor nunca haya alcanzado
para despejar tus dudas.
Quizás me atrevería a confesarte,
que antes de alcanzar esta felicidad en la que hoy me encuentro, te lloré
cientos de noches y te busqué en varias personas con lo que me relacioné; que
pensé miles de veces en escribirte, pero luego mi voz interior me recordaba que
no debía hacerlo, y como supondrás, siempre la escuché.
Tal
vez también te podría decir que te maldije por no poder olvidarme de vos, y
como éstas, muchas situaciones más. Te contaría que durante todo ese tiempo, en
mi cabeza resonaba una frase que leí en uno de los tantos libros que conforman
mi extensa biblioteca: “Hay un te extraño que no se dice. Ese que respeta la
felicidad del que ya no está con vos” pero yo no te extraño, o quizás sí, pero
estoy segura que no quiero que vuelvas. Aun así hago este escrito, por si el
destino, que tanto se divierte con nosotros, te lo hace llegar, y quizás en mi
relato encuentres la respuesta a tu pregunta.
Porque de lo contrario, como ya lo
sospecharás, solo vas a obtener de mi parte, como respuesta a tus preguntas,
silencio.
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